viernes, 20 de mayo de 2016

PETE TOWNSHEND: El sonido del trueno...


Ilustración: Ariel Tenorio (http://ccelrock.blogspot.com.ar)

Si uno tuviera que pensar en la quintaesencia del guitarrista del rock, inevitablemente, su nombre estaría allí, junto a algunos pocos más: Jimi Hendrix –por supuesto-, Eric Clapton, Jeff Beck, Chuck Berry, Dave Gilmour, Jimmy Page, Keith Richards, George Harrison, Carlos Santana, Peter Green, y él... Aunque haya habido cientos, miles, de héroes de la guitarra, no son demasiados los que se convierten en mitos intocables; y en el caso de Pete Townshend, además, se conjuga su faceta de compositor (y uno de los más importantes de la historia rockera). Además, Pete estaba en una de las bandas más geniales y grandilocuentes que haya pisado jamás un escenario: The Who. Es decir, el grupo ideal para este hombre. Dementes, brutales en vivo, salvajes; también hacían muy buenos discos y canciones. Muchas de ellas pasarían a la historia. En ellas, Pete volcaba toda su frustración y volcánico temperamento. Así, pasábamos de historias protagonizadas por un semi discapacitado autista (Tommy)–ciego, sordo y mudo; campeón del pinball y posterior ídolo religioso- a su recuerdo no complaciente del mundo mod de los 60 (en Quadrophenia), el anticipo multimedia de su proyecto (frustrado) Funhouse (luego, núcleo central del fantástico álbum Who´s Next), la operita A Quick One; o ese experimento de avanzada que jugaba con la estética de las radios alternativas del rock en Sell Out: un imaginativo collage psicodélico con canciones entrelazadas por los jingles de las emisoras piratas.

Y siempre detrás de todas estas elucubraciones estaba él: el inmenso Pete. También, Townshend era increíble en los shows del grupo, con sus saltos y su overol blanco. Estrellaba la guitarra contra el Marshall y todo volaba en pedazos. Feo pero vistoso, sabía cómo dar espectáculo con su inimitable forma de tocar la viola, revoleando su brazo derecho como si fuera un molino. Poco le importaba si eso le causaba una lesión muscular. Siempre daba todo lo que tenía, tanto arriba del escenario como abajo, cuando escribía una canción. Sí, es el mismo tipo que alguna vez dijo que prefería morir antes de llegar a viejo (en “My Generation”) y que más tarde, borracho, en un boliche se burló de los jovencitos músicos punks (entre ellos, Steve Jones y Paul Cook) que lo reverenciaban como a un dios: Idiotas, yo los inventé. Pero ustedes apestan... Aprendan a tocar, giles: esa fue su respuesta a estos imberbes. Y tenía con qué. Si total él había sido el más punk de todos -y 10 años antes-, cuando no tenía ni un mango y se afanaba de las casas de música las violas que luego partía contra el piso. ¿Té acordás del loco que rompía las guitarras cuando nadie tenía un amplificador? Rock teatral de excepción. Y cuando se pudrió del todo, fue a meditar con el Maharaji Baba, harto del mundo material. Incluso, luego le dedicaría una canción: “Baba O´Riley”. 

Siempre Pete Townshend. El mismo tipo que se peleó con Hendrix, entre bambalinas, en el mítico Festival de Monterey ´67, para ver quien tocaba antes del otro. Más tarde, esa disputa se decidiría arriba de las tablas, cuando se realizaron dos de los shows más impactantes de la historia del rock. Sin embargo, esa vez ganó Hendrix, quien tuvo que inmolar su Fender en una histriónica exhibición vudú, sexual y ancestral, para opacar el desastre previo que habían realizado los Who; en especial Pete y el loco Keith Moon. Pero Townshend aceptaría como un caballero esa derrota escénica. Total, a él ni le interesaba demasiado figurar. Siempre fue el mismo paranoico megalómano. Un tipo que odió Woodstock (aunque allí también la rompió), a los hippies, y la década del 70 (a la que definió como “La caída del Imperio Romano”). Le afanó el show a los Stones, en su histórico Rock n´ Roll Circus del 68, y no le importó un pepino. Pete era así. Armado de un firme e interminable inconformismo, experimentaba con las secuencias de los sintetizadores y escribía discos conceptuales súper personales –en donde sacaba afuera sus neuróticos pensamientos, sin ningún inconveniente-, quedando desnudo, revelando sus íntimos sentimientos y miedos, antes que ningún otro. ¿Habría habido un The Wall sin un Tommy previo? No lo sabemos, pero no sería descabellado pensar que no. Porque, avant garde a la carta, Townshend se anticipó a un montón de movidas posteriores, como si fuera un maestro inspirador. Incluso, se animó a escribir un himno ecologista (“Going Mobile”) mucho antes de que la idea de fundar Greenpeace existiese en la mente de algunos ex hippies reconvertidos en empresarios bien pensantes. Además, sabio como ninguno, cuando vio que no tenía lugar con The Who en los 80, cansado y con una vincha multicolor en la cabeza, luego de fundir biela, decidió bajar la cortina del grupo, para dedicarse full time a su carrera solista. Así llegarían varios discos buenos, y canciones legendarias como “Face to Face”, que -con su final inesperado- eran la pesadilla de los musicalizadores y operadores de radio en la era pre digital del vinilo y el casete.

Alma caritativa, luego, no tendría problemas en juntar a los Who para ayudar económicamente a su amigo John Entwistle, cuando este monstruo del bajo se gastó todo lo que tenía en putas, ropa, vicios y timba. En resumen, una de las cosas que siempre dejó bien en claro Townshend es que no había que ser un estúpido Pomelo para rockear, para tener esa actitud (y aptitud) que te hace volar el cerebelo cuando estalla un riff, o un solo de viola. Ahora mismo me parece verlo, volando por los aires, con su mameluco, aterrizando en el piso, rodeado de láseres verdes y azules (ah, sí, también los utilizó antes que los demás...), ejecutando un solo atronador, mientras Roger Daltrey cantaba ese “Won´t Get Fooled Again”. Otro himno inmortal, uno más entre varios. “No nos van a tomar de pelotudos otra vez.” Claro que no. Vos lo enseñaste bien, Pete. Genio y figura; no te hizo falta morir antes de llegar a viejo. Es más: Mejor, ¡no te mueras nunca! Sin lugar a dudas, muchos se habrán quedado con las ganas en marzo de 2007 de verlo en vivo con The Who en el Monumental. Ojalá, alguna vez se cumpla ese sueño. Por lo pronto no nos queda otra que decirle que siga dando cátedra, tratando de inyectarle un poco de sangre al paupérrimo rock actual. Cuantos Pete Townshend se necesitarían hoy, ¿no? Lastimosamente, músicos como él ya no nacen más...

Emiliano Acevedo




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