martes, 18 de agosto de 2015

SUCEDE, entrevista a Karen Bennett



Cuando desde este blog pensamos en esta sección Músicos Lado B, lo que en definitiva, nos proponíamos era enfrentarnos de lleno con los márgenes, los “entre”, esos intersticios en los que la luz se refracta e ilumina la riqueza artística del pliegue. En esta entrega cumplimos a cabalidad nuestro cometido y celebramos compartir con ustedes una entrevista a Karen Bennett (48) compositora, cantante y virtuosa guitarrista.

Toparse con Karen es toparse cara a cara con lo posible, con esas manos grandes y habilidosas, con esas muñecas tintineantes de pulseras brillantes, con ese cuerpo inasible, como la vida.
Cada palabra que salió de su boca pareció una revelación, un alegato, una declaración. Todo en ella es político pero sin esfuerzo, sin careta, sin eslogan. Todo en ella es el principio de un principio. No siempre uno se encuentra con personas que saben sacarle el jugo a la vida como a una naranja. Así, graciosamente, sin tanta vuelta, sin rigidez alguna, sin recato, ni obediencia a las “buenas” costumbres, absuelta, por ella misma, de toda condena, aceptada de toda aceptación. A su vez, nada es ligero en ella, uno puede imaginar el proceso y sentir la densidad que implica el gesto de asumirse un “terror” en nuestra pacata sociedad. En sus labios delineados, sus uñas violetas, su cabellera y su plano escote se deslizan las marcas de una minuciosa y profunda apuesta. La diferencia se ostenta con orgullo. Porque ¿Para qué sirve la lucidez sino es para convocar la mirada?

Karen hace de su visibilidad un ejercicio que la aleja del exhibicionismo.
Además de presentarse en diferentes espacios culturales, sola o junto a otros artistas, ella se presenta, habitualmente, en Casa Brandon, Club de cultura queer, con su ciclo Karen Bennett & Superamig*s, donde interpreta temas propios. También, hace ya varios años, en el Viejo Buzón, un bar-pub ubicado en el barrio de Caballito, en la intersección de cinco esquinas, que no es notable, pero que en 1993 fue declarado, por la Legislatura porteña, "Esquina Histórica de la Ciudad de Buenos Aires". En este sitio ideal para que vecinos, bohemios, artistas y poetas se encuentren con el barrio; o como lo describiera Alfredo Le Pera, con “el alma inquieta de un gorrión sentimental”, Karen se para, un sábado por mes, para hacer versiones de temas legendarios de nuestro rock argento y de otras tierras con una impronta personalísima. Allí, emociona con su “Desarma y Sangra”, “En la Ciudad de la Furia”, “Peperina”. Sorprende con sus punteos pirotécnicos en “Jump” de Van Halen; despliega su sutileza recordando lento de Duran Duran, “Ordinary World”; y cierra con su deslumbrante “Comfortably Numb” de Pink Floyd, donde hace gala de su arte. En ese minúsculo escenario del Viejo Buzón, que ella amplifica, Karen, desborda, excede, y malevamente da una sincera batalla en la que se enfrentan la indefinición del género de personas trans con la definición misma del mundo y de un deseo normativo. Años de estudio y melomanía hacen que ella tenga poco que envidiarle a un guitar hero.

Habla alemán e inglés y los maneja como lengua vernácula, no solo por el origen de sus padres sino por haber tenido una excelente formación de clase media alta. En el caso del idioma británico, hoy, también le sirve como herramienta en varios espacios, como por ejemplo, en su actividad en Global Action for Trans* Equality (GATE)
Su compañera de ruta sigue siendo aquella mujer que conoció siendo adolescente, aunque confiesa que no ha sido fácil deconstruir la pareja típica formada por un hombre y una mujer que asumen roles establecidos. Al respecto, Karen dice: “Nos dimos cuenta que las parejas heterosexuales se enamoran de sus proyecto, y no de la personas, entonces cuando cambia el contrato, se separan. Fue un camino largo pero siempre lo recorrimos juntas. Ese devenir hacia la no mujer normativa, ella eligió hacerlo junto a mí. Y eso hace que estemos juntas”


Políticamente incorrecta contra el sistema hegemónico consumista occidental, desde su propia estética, antes incluso de mediar palabra, Karen nos enfrenta con una disputa con identidades históricamente construidas pero naturalizadas de tal modo que dominan las diversas posibilidades de ser. Ella, sin embargo, inevitablemente, nos empuja a pensar en lo absurdo de las clasificaciones, y acaso, en lo innecesario que pueden ser las endebles etiquetas que nos contienen. Ella impacta porque, simple pero elocuentemente, sucede.

ENTREVISTA> ¿Cómo fueron tus inicios musicales?
Esto empezó a muy temprana edad, allá por la década del 70 por mi viejo que, aunque se murió a mis 9 años, fue la máxima influencia musical. Él era crooner y melómano. Había nacido en Irlanda pero vivió toda su vida acá. Fue la única influencia temprana y cercana que tuve y, realmente, la persona por la que quedé enganchadísima con la música. En casa había unos discos de vinilo increíbles: Piazzola, Sinatra, tríos de jazz, Baffa-Berlingieri, cosas muy de vanguardia. Recuerdo que mi viejo siempre tenía discusiones en bares porque en esa época Piazzola era muy cuestionado y él era un defensor de la vanguardia. Me dejó todos sus discos y un combinado Audinac. Es más, hasta no hace mucho, me di cuenta que el motivo por el que yo empecé a hacer música era para mantenerlo vivo a él. Él se murió y al toque vino el rock, con la escuela. Mi vieja, que falleció en 2004, llegó a contarme que solía quedarme parada frente al mueble donde estaba el equipo cuando apenas llegaba al borde con la pera. Aparentemente, solía hacer ese tipo de cosas (risas). Tenía fascinación por los discos, por ese ritual de poner la púa en el surco, de escuchar la música, y vivir ese mundo maravilloso del disco. Y al mismo tiempo jugaba al fútbol, hacía un montón de cosas. Nunca jugué con muñecas, nuca tuve ese tipo de identidad normativa femenina. Hice todo lo que hacen los varones, me embarraba, me agarraba a piñas, y después me pintaba las uñas.
Y alrededor de los 10 años, entonces, vino el rock. Como fui a una escuela privada, “naricitas paradas”, tenía acceso a discos de afuera que mis compañeros traían. Y yo, por mi parte, me los compraba acá, en la época de El disco es cultura. El primero que tuve fue At the Hollywood Bowl, de los Beatles en vivo. Después vino Supertramp, Desayuno en América, años ´78 o´79. Y, por la entidad de superhéroes, lo que más me flasheó fue Kiss. Un disco que me impresionó mucho fue Kiss Alive 2 en el que estaba Gene Simmons con la lengua toda ensangrentada. En ese momento, como una nena de diez años, me daba mucho miedo. Hoy en día me causan gracia. Pero bueno, en ese momento fueron realmente el motivo por el cual yo quería tocar rock. Especialmente, Paul Stanley y Ace Frehley que tenía una onda medio andrógina y flasheé para ese lado.

Y ¿a qué edad arrancaste tu formación musical?
Mi vieja quería que estudie música clásica. Me compró mi primer guitarra criolla a los 11 y me mandó a tomar clases con un profesor ruso que vivía en la otra cuadra de casa. Ella siempre se queda mirando en la puerta hasta que yo entrara. Y yo no quería ir más, me aburría que el tipo era muy severo. Entonces, yo amagaba que tocaba el timbre, y ponía el dedo al lado y decía que no estaba, entonces volvía a casa. Así un par de veces hasta que un día el tipo salió mientras yo le hacía señas a mi vieja diciendo que no estaba. Bueno, no fui más (risas). Pero como tenía la guitarra en casa lo que hacía era poner un disco y empezar a imitar los sonidos que escuchaba; así empecé a tocar de oído. De a poco me largué con los acordes, tocaba en los actos de la escuela, y la profesora de música me enseñaba algunas posiciones. Y después, a los 12 o 13, con una guita que ahorré canjeando una raqueta, me compré la primera guitarra eléctrica por Segundamano. Y con la guitarra desenchufada me ponía a tocar sobre los discos, hasta que mi vieja a regañadientes; porque odiaba el rock, me compró mi primer amplificador nacional chiquito. Y en la escuela, el Colegio Goethe, en el que hice desde jardín de infantes hasta el secundario, formamos una banda con pibes que tenían más dinero que yo, que viajaban a Alemania o a EEUU y se traían todo.

¿Alguna vez soñaste, en ese momento, con poder vivir de la música?
No… bueno, en realidad soñaba que iba a ser una estrella como cualquier chico o chica que se dedica a tocar. No sé si vivir de esto. Es decir, soñaba estar arriba de un escenario. Todos los artistas buscamos el amor no el dinero. Eso se aprende después. A los 12 años yo quería parecerme a Kiss. Y después empecé a escuchar otras cosas. Es decir, la matriz inicial que tenía de mi viejo siempre siguió estando. De hecho, empecé escuchando música muy académica. Crecí escuchando jazz, no rock. El rock me agarró a los 12 pero a los cinco o seis, yo escuchaba jazz y tango. Por eso siempre encaré el rock no solo desde lo salvaje porque la música que yo escuchaba en mi cabeza era siempre mucho más elaborada que lo que escuchaba en Kiss. De esa banda me gustaba la actitud. De hecho es lo que hago hoy. Tengo una matriz rockera pero también me voy hacia otros lados.


¿Qué influencia te llevó al rock, entonces?
Bueno, como te decía, a partir de mis 12, empezó a venir Deep Purple. Y el disco que me llevó al rock nacional, ya en plena década del 80, fue Tiempos Difíciles, de Juan Carlos Baglietto, en el que eran casi todos temas de Fito Páez; también, Sui Generis y después vino Serú, Jade y Spinetta. Con el Flaco y Charly flasheé mal. Para mí ellos y Cerati son los grandes baluartes de  nuestro rock. Y después, a los 14 ó 15, vino el rock sinfónico: Yes, Genesis, el heavy metal. Por ese entonces formamos una banda con compañeros de la escuela que se llamó Black Hole. Me acuerdo que en esa época yo era la primera voz y la segunda guitarra. Tocábamos covers en fiestas de la escuela. Teníamos menos calle, no nos dejaban tocar en otros lugares. Éramos muy de escuelita privada (risas). Queríamos hacer solos de guitarra y gritar, ponernos calzas, tachas. Obviamente ya fantaseaba con mi identidad, que en ese momento, no se llamaba “identidad”. Me acuerdo que empezó a venir la onda glam metal y yo canalizaba mucho a través de esa estética femenina. Después vinieron los 90 y se pusieron todos la camisa leñadora pero yo seguía con las uñas pintadas. Me decían: “Te podés cambiar de década, por favor” (risas). Black Hole era una buena banda que siguió como por seis o siete años. Recuerdo que tuvo como un “piquito” alto de popularidad por la participación en un concurso de bandas en un programa de Tom Lupo en ATC, en el 85 u 86, en el que llegamos a la final pero, bueno, quedamos segundos.
Con mi amigo, que hoy por hoy es guitarrista profesional y vive en EEUU, y que en ese momento era la primera guitarra, nos sentábamos por horas a sacar solos escuchando los vinilos. Así se aprendía a tocar en esa época en la que no había ni YouTube, ni nada por el estilo. Comprábamos la revista Pelo, la Guitar Player, que venía con unos disquitos adentro y eran carísimas. Por ese entonces, empecé a flashear con el rock sinfónico, ellos no, aunque seguimos tocando juntos.

¿Y después?
Bueno, cuando Black Hole dejó de existir, porque los otros pibes eran gente muy bacana que ya tenían asignadas, por sus padres, las carreras que iban a seguir, yo empecé a formar otras bandas. Ya me había comprado una guitarra mejor, tenía un pedal de distorsión todo hecho muy casero porque en esa época, la década del 80, era incomprable todo. A partir de ahí empecé a componer porque en Black Hole hacíamos muchos covers, y yo andaba con ganas de irme del heavy metal, aunque mi raíz está en el rock duro, pero no, compositivamente. Entonces empecé a buscar formar mis bandas con amigos del barrio. Para ese momento ya me había mudado de Martínez, y vivía en los monoblocks de enfrente del Unicenter. Desde ahí viene mi veta de compositora. Las primeras formaciones ni siquiera tenían nombre. Tocábamos en fiestas del barrio, hasta que a principios de los 90, conocí a mi amigo Román con el que formamos Target. Teníamos una estética glam y de rock progresivo. Lo que hacíamos era muy Van Halen. El baterista era el primo de mi mujer. A través de él la conocí a ella. Y bueno, aunque con Black Hole ya habíamos tocado en bares cuando tuvimos 17 o 18, con las bandas de los pibes del barrio empezamos a tocar más seguido. Tocamos en Halley, el Rockódromo, en Jet Set, todos lugares del circuito under de la movida heavy metal, glam de Buenos Aires, toda esa onda del rock californiano de la década del 80. Lo que pasa es que nuestra banda era un poquito más progresiva. La verdad que para la época y la edad que teníamos era una banda interesante.

¿Retomaste el estudio musical?
Sí, ahí empecé a estudiar formalmente con profesores, por ejemplo con Ricardo Lew, de La Banda Elástica. Estudié en la escuela de Walter Malosetti, con Quique Sinesi, otro gran guitarrista; con Diego Temprano, amigo y fundador del ITMC (Instituto Tecnológico de Música Contemporánea). A partir de ahí me fui metiendo en lo que es el rock fusión. Esto fue alrededor del año 92, 93, y después empecé a estudiar en el Sindicato Argentino de Música (SADEM), del que egresé como compositora y arregladora, a los 28 años.

¿Qué recuerdos guardás de esa época?
El SADEM fue una muy linda experiencia. Por ejemplo, me di el gusto de tocar “Adiós Nonino” con Armando de la Vega, guitarrista del cuarteto de Piazzolla. Y también recuerdo de ese momento a Carlos Campos, otro gran guitarrista. Me habían ofrecido una cátedra pero bueno, no fue. 


Y cuando egresaste ¿ya tenías algún proyecto musical armado?
No, enseguida me casé con mi mujer. Además estaba sin banda porque prioricé el estudio y la agrupación que tenía formada se había desintegrado. Lo que pasaba es que en esa época todos se querían casar y formar una familia. No era como ahora. Yo, en cambio, nunca dejé de hacer lo que amaba aunque estuviera en pareja. Así que empecé a tocar como sesionista. No duré mucho, porque la verdad que en esa época no se pagaba bien. Además odiaba ajustarme a las partituras de cantantes melódicos. Entonces dije: “Prefiero laburar de otra cosa y que la música me produzca pasión” Entonces, empecé a buscar avisos para entrar en una banda formada porque, en ese momento, no tenía la fuerza anímica para cargarme una banda propia al hombro. Y entré a Cuadros, la banda de un amigo mío, con el que jugué toda la vida al fútbol, Armando Tabacchi. Cuando Armando se fue empecé a tener más presencia haciendo arreglos muy complejos para bajo y guitarra, etc., y esa formación devino en la que fue mi banda central, L.U.P.O. (Las Utopías Pueden Ocurrir), en la que yo estaba muy en guitarrista, si bien componía todos los temas, no cantaba porque todavía no me sentía con la personalidad para hacerlo. Esa banda duró casi 15 años. En el medio de toda esa experiencia toqué varias veces con Luis Salinas en Oliverio en lo que se llaman las Jam Session. Luis arrancaba a las ocho de la noche y podía tocar hasta las seis de la mañana. De solo verlo aprendí muchísimo.

Y ¿por qué se disolvió L.U.P.O.?
Bueno, en esa banda por primera vez visibilicé mi identidad de género y en parte se pudrió todo por eso. Cuando empecé a ir a los ensayos con ropa femenina, hubo dos integrantes que dijeron: “Todo bien, Ronnie, pero no”. Así que el certificado de defunción de esa banda fue en el 2010. Ahí me dije: “Basta de bandas”. Porque si bien yo era la compositora del 100 por ciento de los temas, lo que hacía era registrarlos a nombre del grupo. Y bueno, me salió todo para el culo. Tuve más problema con los egos de los músicos que otra cosa. Porque en realidad, la mayoría de ellos no querían dedicarse por completo a la música. Tocaban bien, pero iban para otro lado. Así que desde el 2010 a la fecha soy solista y voy formando, eventualmente, bandas que me acompañen. En caso, de formar mi propia banda probablemente le ponga Bennetistas (risas) y me van a acompañar dos ex integrantes de L.U.P.O.: el baterista, Horacio "Hache" Varela y Eugenia Sansó, que hacía coros.

¿Cómo nacés como Karen Bennett?
Con Susy Shock. Es decir, mi dúo con Susy es el trampolín para que yo nazca como la solista que soy hoy. A ella la conocí por Facebook, en mi búsqueda de una artista con la cual identificarme y aparecer como Karen.

Es curioso porque Susy Shock hace folclore…
Sí, pero enganchamos por las personalidades fuertes que tenemos y aparte ella tiene una voz muy blusera y yo puedo tocar tirando al folclore. Y aunque parezcan dos géneros irreconciliables nada que ver. Queda como un blues envuelto y energéticamente, es muy  interesante lo que ocurre. Con Susy soy capaz de tocar una cumbia (risas). Ella tiene una energía y un manejo del escenario muy especial. Todo lo escénico lo aprendía básicamente de ella. Es una actriz con una voz privilegiada. El timbre de su voz es inequívoco, no lo podés esquivar.

Con Susy Shock

 Ahora ¿estás buscando conformar una banda que te acompañe?
Ya la tengo armada a medias. Es decir, hay muchos que quieren tocar conmigo pero más por lo que represento desde mi activismo que por el estilo de música que hago. Entonces no es fácil encontrar el tipo de músico que necesito para mi proyecto.

¿Cómo asumís vos la militancia de género?
Yo quiero presentarle algo a la gente que no tenga nada que ver con ser un fenómeno. No soporto la idea de que solo por ser una identidad trans sos interesante. Para mí la identidad de género es absolutamente irrelevante como lo es la de cualquier músico cis. Llamo cis a las personas que no son trans. Lo que pasa es que no es así para el resto del planeta que tiene una fascinación por descubrir qué es lo que hay ahí. Aparte como no soy una trans normativa. Es decir, pongo mi voz en alto, no tengo tetas. Es como que se genera toda una cuestión donde mi estética va por delante de la música. Pero, bueno, no lo puedo evitar, no puedo manejar al mundo. Pero sí, pongo los puntos muy claros.

¿Cómo llegaste a tocar en el escenario de Vorterix?
Fue porque Marcelo Figueroa, periodista del programa Cheque en blanco, donde hay una columna LGBTI que se llama Arcoiris. Él escuchó una entrevista que me hizo Vida Morat, y flasheó con mi historia, me buscó, me vino a ver tocar un par de veces en el Viejo Buzón y ahí me propuso tocar en la fiesta del programa. Fue una noche impresionante. Toqué para alrededor de 1500 personas, varios temas y a pedido, para un público que no tiene nada que ver con la movida, y me los gané a todos. Lo cierto es que disfruto tocar mucho más por circuitos fuera del colectivo que adentro, porque, al interior, a veces, veo mucha competencia y mediocridad. Es como si para no terminar en cualquiera hubiera que hacer arte. Entonces todo el mundo es “artista” y no es así. Me interesa más poder llegar a espacios que no sean solo de gueto. Es decir, a cinco lugares y nada más. Si yo tengo que ir a tocar con una banda punk a un sucucho, voy sin problemas y me lo banco sola porque yo vengo de ahí. Cambió mi estética. Me acuerdo que en Ravignani ensayaba con Pilsen, la banda de Piltrafa; en Carabobo estaba con Rata Blanca, Kamikaze; en Nazca, con Horcas, Malón...

Tocando en el Teatro Vorterix

¿Cómo se recibe tu música en los circuitos del colectivo?
Y, yo creo que hay una cuestión generacional más que nada. Porque si bien les fascina, no creo que sea lo que escuchan, porque termino de tocar y la mayoría quiere ir a bailar. Pienso que, en realidad, no se va a algunos lugares a escuchar música sino que son tal vez ambientes donde la mayoría de la gente va porque siente que ahí sí se puede expresar. A mí no me pasa, porque imagínate, que salgo así a la calle. También es cierto que el público que puede escuchar lo que hago desde otro lugar, padece de transfobia. O sea que, hay una brecha ahí que tengo que recorrer, que no es fácil, y que consiste en que mi música llegue antes que mi imagen.

Bueno, eso es lo que pasa en el Viejo Buzón…
Sí, bueno, hoy por hoy soy el número más antiguo que tiene ese lugar, aunque hago covers que es como hacer música funcional (risas).

Pero el impacto visual es importante, más en un lugar concurrido por gente que uno podría pensar que no está habituada a enfrentarse con una persona trans que además es música…
Sí, incluso ahí metí por primera vez temas propios. Y el impacto lo uso mucho como herramienta inicial porque sé que genera atención; entonces, una vez que tengo la atención pongo toda la carne al asador.


¿Cómo componés?
Estoy empezando a entrenarme para escribir primero la letra y después la música. Pero soy mucho más música que letrista. Lo que pasa es que  como soy muy hincha pelotas no soporto letras tontas, entonces, me fuerzo realmente para no sacar una canción hasta que la letra no me movilice o no me resulte atractiva o merezca la pena ser cantada. Así que me lleva mucho tiempo sacar un tema. Busco frases contundentes. Soy una enferma de Spinetta pero siento que, obviamente, no tengo la altura para escribir así. Hay un tema de él que se llama “Frazada de Cactus”, que dice: “Hay un gran doberman verde, en el iris de tus ojos, que me viene a lamer”; yo lo escucho y me emociono aunque no sé qué carajo está diciendo (risas). Si yo me pusiera a escribir algo así no me la creería. Entonces estoy ahí entre Spinetta, Charly o Cerati. Ahora me encuentro en plena tarea de elaboración de temas nuevos para grabarlos e hice la versión eléctrica de mi tema “Branquias por Pulmones”, que es casi sinfónica. Soy muy orquestal para componer. Me gusta que mis canciones tengan desarrollos instrumentales y siempre me gusta meter mí solo. La verdad que a mis versiones acústicas las tuve que aprender a querer porque las hice más por necesidad que por deseo. Como soy fundamentalmente compositora y arregladora me llevo más con la composición sinfónica.

Igualmente tus canciones describen universos herméticos y enigmáticos. Por ejemplo, “Cuerpos Candado”, “Branquias por Pulmones”, “Sucede”…
Sí, bueno siempre juego con la falsa moral de la vida y la muerte, con la celebración de la vida. No me gusta la celebración “blanca” de la vida. Por ejemplo, cuando se dice: “estoy en contra del aborto porque amo la vida”. No, vos estás a favor de la vida blanca, cristiana, clase media alta que te paga. Nadie está a favor de la vida de la gente que no es así.

Hay algo que se repite en tus canciones y que tiene que ver con una liberación, con la transformación, con universos muy vivos y paralelos que se soslayan ¿Es así?
Sí, totalmente. Me encanta lo que decís, porque todas esas canciones fueron compuestas realmente en un momento en el que esos mundos no se tocaban del todo. Por ejemplo, “Cuerpos Candado” es un tema bastante depre porque lo compuse en un momento donde tenía problemas con mi identidad de género en la década de los 90, un momento en el que realmente no sabía si quería ser mujer, si me quería poner las tetas, que, en realidad, nunca lo quise realmente, pero bueno, era como esa forma habilitante en la que uno tiene que encajar. Por eso el tema se llama así. Después en el caso de “Sucede”, ya tenía una mirada más cínica, más irónica y relajada sobre el tema. Y ahora, estoy en un proceso en el que no tengo muy en claro sobre qué escribir, si bien meto cuestiones de género, no las hablo tanto desde lo político porque me fastidia el panfleto.


¿No militás en alguna agrupación o colectivo más organizado políticamente?
No, no me interesa. No me interesa porque en principio, no creo que existan personas heterosexuales, ni homosexuales. Yo creo que el mundo se divide entre personas obedientes o desobedientes. ¿Qué quiero decir con esto? Que nuestros cuerpos no vienen con significado al mundo. Se lo ponés vos el significado. Los cuerpos tienen un funcionamiento biológico pero no una jerarquía. Las jerarquías las ponemos nosotros. Cuando vos decís “hombre” y “mujer”, no es que esté mal. Es un rótulo. El problema son los rótulos con jerarquías anexas. Y el rótulo de hombre o mujer es una jerarquía totalmente cultural. A mí me preguntan seguido si soy hombre o mujer, y yo respondo: “ninguna de las dos cosas”. ¿Por qué? Porque si yo declaro cualquiera de las dos automáticamente se va a esperar de mí un comportamiento que yo no quiero ni en uno, ni en otro caso. Para mí son celdas en las que bueno, si vos te querés quedar, quédate. Yo camino por el pasillo. ¿Qué pasa? En esa celda vos tenés televisión, control remoto, aire acondicionado, porque el sistema privilegia la obediencia a los dos géneros establecidos, si vos caminás por el pasillo vas a caminar libre pero no vas a tener ni techo, ni HD (risas). Es una forma metafórica de plantear el tema del género como elección. No está mal ser hombre o mujer, lo que está mal es genitalizarlo.

Y ¿cómo elaboraste a lo largo de los años esta filosofía de vida?
Y mirá no te voy a mentir, siempre fui una persona que tuvo una estima muy alta de sí misma. Tuve grandes bajones pero siempre supe quién iba a ser y ese “quién iba a ser” me mantenía a flote. No sabía ni cuándo ni cómo y tal vez ni sabía qué. No me podía definir con palabras como quizá me puedo definir hoy. Pero yo sabía para qué lado era. El lado mío era la disidencia al sistema porque nunca fui una persona obediente. Obedecí durante mucho tiempo pero sufrí muchísimo. Esencialmente, soy una persona que no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Y, si bien nunca me vi como una mujer siempre me gustó la estética femenina de pies a cabeza pero también me gustaba jugar al fútbol, o con soldaditos; me agarraba a piñas. Una mezcla. Y antes no lo podía entender. Antes me patologizaba, porque el sistema no te hace sentir sexy, te hace sentir enfermo. Entonces, me llevó toda una vida sacarme de encima todo eso. Imaginate que en la década del 80 una travesti “debía” estar parada en la Panamericana. Entonces una persona como yo que si bien sentía un atractivo estético por eso, con ese tipo de vida, nada que ver. No sabía para dónde iba a ir. Además tuve que lidiar con una familia muy conservadora. Mi vieja era alemana. De mi viejo no tengo mucho qué decir porque como se murió cuando yo tenía 9 años… Pero mi vieja era prácticamente nazi (risas). Ella quería que yo me case con una alemana. Igual, antes de morirse bajó dos cambios. Así que tenía mucho a que rebelarme. Además tuve mucho que experimentar. Por ejemplo, cuando mi viejo estaba vivo nosotros teníamos una posición económica realmente privilegiada. Pero él se murió y su empresa se perdió. Mi vieja era una ama de casa fashion, era una Nequi (Galotti) y perdió todo, se tuvo que ir a trabajar de secretaría. Como ella quería que termináramos los estudios en el mismo colegio, terminaron becándonos. Yo era un desastre, tenía un pésimo comportamiento. A mi hermano y a mí nos quería echar todo el tiempo. Entonces fue un combate de toda la vida en el que yo tampoco tenía autonomía para tomar decisiones porque mi vieja me boicoteaba. Cuando terminé el secundario ella me dijo: “Vas a seguir la carrera de Administración de Empresas o si no te vas de casa” Entonces hice un año de esa carrera pero me hice echar, o sea que también me echaron de mi casa. Y bueno, dormí un mes en el tren de la Línea Mitre, con un bolso y mi guitarra. Todo eso me llevó a tener una autoestima fuerte, porque tuve una muy buena preparación y formación y también tuve calle.

¿Quiénes son tus guitarristas favoritos?
Siempre lo cito a Van Halen porque él es el motor, es decir, el motivo por el cual yo toco la guitarra, directamente. Pero mis guitarristas de cabeza son Steve Morse, Scott Henderson, Allan Holdsworth, quienes, en definitiva, forjaron mi estilo actual.

¿Tuviste oportunidad de ver a Van Halen en 1983?
Sí, fui con mi tío y estuve en primera fila. El volumen fue infernal. En la zona donde estábamos nosotros no tanto, pero hubo gente a la que le lastimaron los oídos. ¡Yo quería ser Van Halen! Me aprendí todos los solos. Toda una etapa de búsqueda.

Y hoy por hoy ¿a qué te dedicás además de la música?
Bueno, hace tres años soy la secretaria/asistente de Mauro Cabral, uno de los activistas más importantes del mundo, en una ONG que se llama GATE. Si bien no es mi vocación este es un laburo que adoro porque trabajo con mi identidad para mi identidad. GATE es la única ONG en todo el mundo totalmente integrada por personas trans. Lo señalo porque siempre las temáticas trans son habladas por personas que no son trans. Porque las persona trans femeninas, por lo general, no tiene preparación para ir a negociar por lo suyo. GATE tiene sede en Nueva York y acá. En Argentina, oficiamos más de consultores porque ya existen leyes que ampliaron nuestros derechos. Las temáticas que trabajamos en GATE son: el financiamiento para agrupaciones trans regionales en países donde aún están estigmatizados, la despatologización y clasificación internacional de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, en que la que ser trans todavía figura como una enfermedad, y por último, el HIV en la población trans mundial. Este año estuve en Nueva York trabajando para la organización. Yo celebro mi identidad trans porque desprecio al sistema. Todo bien con las chicas que se quieren parecer a Jennifer López, pero entonces no querés ser trans, querés ser Jennifer. Visibilizarse es cuestionar el sistema no, pintarse las uñas. Por eso yo siempre digo que si nos visibilizamos desde la identidad trans, no desde la estética travesti, sino desde la disidencia, ahí puede ser que el sistema comience a reaccionar porque el sistema reacciona cuando se ve amenazado.

Sé que en tu estadía en Nueva York aprovechaste para visitar la tienda de instrumentos musicales Sam Ash Music Stores. ¿Qué podés contarnos?  
Eso fue maravilloso. Porque a diferencia de las de acá, podés probar todo. Yo entré y pregunté: “¿Puedo probar?” Y el tipo me miró como diciendo: sí, ¿para qué están? Y me dijo: “Podés probar cinco horas si querés, no hay ningún problema. Lo único que te pido disculpas porque voy a salir 20 minutos a almorzar, pero podés quedarte”. Estuve cuatro horas probando guitarras y amplificadores.

Y ¿qué marcas te gustan?
Me gustan muchos tipos de guitarras. Si yo fuese Slash tendría una guitarra para cada estilo. Yo me fijo mucho en el tipo de música que voy a hacer, antes de comprar una guitarra, y como toco fusión, mi viola, la Fender que tengo, la compré en el ´92 y me salió carísima, pero es una guitarra muy versátil. Si vos me das a elegir me gustaría tener una viola de caja para tocar jazz, una Fender para tocar blues, etc. Me gustaría cambiar de viola. No puedo. Entonces me tengo que buscar una viola versátil. Y en este punto me gustan mucho algunas Ibanez, también las Fender, las Pensa, las Charbel, las Jackson… En fin, hay muchas violas que me gustan.

¿Qué opinás de figuras transexuales famosas en el mundo del rock internacional, como son los casos de Wendy Carlos y David Palmer?
Bueno, estos son casos con muchos matices. Porque, así, como vos bien mencionás a Wendy Carlos y a David (ahora Dee) Palmer, también tenés a William Bruce Jenner, ¿no? Creo que hay una cuestión muy hegemónica sobre la mirada de género en los países anglosajones, que son los que es el género. Entonces, a partir de que una persona blanca trans famosa define lo que es el género, todo el mundo le presta atención; pero yo me pregunto, ¿y qué pasa con las travestis negras?, entendés. Entonces, yo no sé si llamar a estos casos como un avance, ya que me parece que no es más que los ejemplos de una hegemonía. O sea, ser Dee Palmer en Londres no es lo mismo que ser la Mocha Celis acá en Argentina, ¿no? Y es una cuestión de clases, ya no una cuestión de identidades, ¿eh? Es como: “si vos tenés tarjeta de crédito, ponete lo que quieras…” Esa es la mirada que yo tengo con respecto al género. El género no es otra cosa más que una incomodidad que siente el sistema, y en tanto y en cuanto vos dejes plata, generes dividendos, como son los casos de artistas como Carlos o Palmer, está todo bien con ellos…

Entonces, queda el proyecto de editar un disco en un futuro cercano, ¿no?
Sí, tener un disco en formato físico sería algo que haría como para poder vender en mis shows, pero es algo meramente romántico porque vengo de una generación que creció con el disco. Lamentablemente, con eso solo ahora no alcanza, por lo que, obviamente, cuando lo grabe voy a colgarlo en Internet, para que el que quiera escuchar mi música, se lo pueda bajar. Esa es la mejor forma que existe en la actualidad para difundir tu obra. Pero, claro, me encantaría tener mi disquito solista, porque tuve un EP con mi banda, pero aun no pude editar algo solista mío. Igual, tengo que ver cómo hago porque la idea es tener mi música grabada y producida, en la medida de lo posible, por mí misma, para evitar el aumento de los costos. Hasta ahora, estoy haciendo todo sola: grabar los instrumentos, los acompañamientos, los teclados… todo eso lo puedo hacer. No sé si me voy a animar a mezclar el disco, porque me está costando mucho. Igual, quiero ser lo más autogestiva posible e independizarme de terceros.

Para terminar, una pregunta vicio que le hacemos a todos nuestros entrevistados: ¿Qué tema de otro artista te hubiese gustado componer a vos?
¡Qué buena pregunta! Hay muchos, ¿eh? Hay tantos que ahora se me hace difícil elegir uno solo. Bueno, de Genesis elegiría “The Lamb Lies Down on Broadway”; de Yes “Awaken”, “Hold On” o “It Can Happen”… Qué sé yo, hay un montón. Por supuesto me hubiese gustado componer “Adiós Nonino” (de Astor Piazzolla), “Air” de Bach, o todo el disco Revolver de los Beatles… De Jethro Tull me hubiese gustado componer “Fylingdale Flyer”, un tema del disco A, que me rompe la cabeza; y de Spinetta, “Cisne” o “La Pelicana y el Androide”. Bueno, estos son algunos, pero podríamos estar horas nombrando canciones que me apasionan y me inspiran… Y es que, de hecho, la composición musical es el deseo de componer algo que escuchaste; y como, generalmente, nunca termina de lograrse eso que querías hacer, terminás enamorándote de lo que vos hacés.

Silvia Tapia



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